miércoles, 9 de octubre de 2019

Lucas

Me llamo Lucas, soy mayor de edad y curso segundo de bachillerato en un instituto público de una localidad del interior de la provincia de Valencia. Mis aficiones no varían mucho de las aficiones de otros chicos de mi edad. Me gusta escribir poesía porque me libera de la ansiedad, escuchar música todo el día, ver cine, dar paseos con Canela -mi perra- y me gusta enseñar porque I want to be an English Teacher. También me siento bien ayudando a otras personas que quieren comprender el proceso que estoy viviendo, sean trans, cis o lo que sientan ser. Esto último lo tengo cada vez más claro desde que vi el odioso autobús de HazteOir. Dice esta banda que hay que respetar a todas las personas pero a mí no me respetan. 

Ahora que lo pienso, uno de mis primeros recuerdos de todo este  proceso de lo trans fue en quinto de educación primaria. Aquel año empecé a sentir los genitales como una parte extraña de mi cuerpo. ¡Ah! y también la aparición de la menstruación a los once. No me gustó. No comprendía por qué las amistades de mi madre me felicitaban por algo que, ¡maldita sea! yo no deseaba. Recuerdo que el verano que finalicé segundo de educación secundaria vi vídeos sobre temática trans en las redes sociales que me impactaron y me descubrieron la transexualidad. Fue entonces cuando veraneando en Valladolid confesé a un amigo que me sentía una persona bisexual aunque no sabía muy bien cómo definirme. Al volver de vacaciones fui directo a la peluquería y me corté “a lo chico” mi largo pelo rizado. En el instituto algunas compañeras empezaron a comentar my new look y me encantó que me dijeran lo bien que me quedaba. Aunque también he de reconocer que había una chica que me hacía bullying y mis amistades se redujeron. Segundo y tercero de educación secundaria no fueron mis mejores cursos en lo social, aunque es cierto que sacaba buenas notas. Bueno, también me pillaron copiando en un examen, pero esto no es importante ahora.

Yo creo que el ‘subidón’ del pelo me llevó a hacer la segunda confesión. Esta vez a mi mejor amiga:

—Siento que soy un chico trans —le dije.
—Lo sé, estaba esperando que me lo dijeras —me contestó.

Unas semanas después mantuve conversaciones con Jorge, mi profesor de Educación Física. Habíamos hecho alguna sesión en clase sobre sida, homofobia y deporte. Me parecía que era alguien que podría entenderme. Estábamos en el gimnasio, habíamos terminado la clase y le pregunté si podíamos hablar un momento. Me invitó al Departamento y allí le expliqué que en mi mente y en mi cuerpo todo estaba revuelto. Me aconsejó que contara en casa lo que sentía porque “saber que tienes el apoyo familiar es muy importante”, dijo. Me tranquilizó al decir que cuando yo lo hubiera dicho él hablaría con mi madre y que no me preocupara por el centro educativo porque haría todo lo posible para que me sintiera aceptado y pudiera estudiar teniendo en cuenta mis necesidades. 

Y así lo hice. Al principio, mi madre no entendía nada de nada y lo pasé mal. Pero luego hubo un cambio. Fue a partir de un seminario de formación docente organizado en el instituto y dirigido a la comunidad educativa (alumnado, familias, personal no docente y profesorado). Asistimos mi madre y yo. Ya estaba en cuarto de educación secundaria y algunas amistades empezaban a llamarme Lu, una sílaba ambigua que al principio me gustaba. Recuerdo que era la época en la que  empecé a llevar ropa y una apariencia más masculina. El seminario formaba parte de un proyecto de innovación de dos años de duración titulado: “Más allá del sistema sexo/género: una experiencia pedagógica y formativa sobre identidades y expresión de género”. Allí nos empapamos de todo lo que queríamos conocer. Pudimos escuchar el relato de personas trans hablando de sus procesos de transición, a madres de hijos e hijas trans describiendo sus experiencias escolares, a colectivos LGTBI, a grupos de investigación de varias universidades presentando sus estudios, ¡nos enteramos que habían leyes que protegían los derechos de las personas como yo! Fue alucinante. Y lo mejor de todo, el seminario ayudó a mi madre a entender mejor mis necesidades y deseos. 

Entonces sucedieron dos cosas que recuerdo muy bien. La primera fue al volver de un viaje a Irlanda organizado por el Departamento de Inglés. Antes de partir escribí a mi madre una carta recordando todo lo que escuché en el seminario. Cuando finalizó el viaje y llegué a casa, mi habitación se había transformado. No quedaba rastro del color rosa y las nuevas colchas y colores me encantaban. La segunda es que mi madre concertó una cita en la Unidad de Referencia de Atención a las personas transexuales. Allí nos recibió Felipe Hurtado, un sexólogo. Entré solo a la consulta y estaba muy nervioso. Me hizo unas preguntas y al finalizar habló con mi madre. A partir de ese día inicié oficialmente mi proceso de transición. 

El inicio de primero de bachillerato fue intenso. Falté mucho a clase, sobre todo por las mañanas. No me levantaba de la cama. Mi madre y mi padre iniciaron los trámites de separación. Se veía venir. Fue un palo. Sin embargo, empecé a salir con un chico y ya sentía en mi cuerpo los cambios provocados por la testosterona. Percibía que el centro hacia lo posible por atender mis necesidades. Jorge, además de ser otro año más mi profesor de Educación Física también participaba junto con el equipo directivo en la coordinación de los temas de igualdad y convivencia. Yo lo notaba. Por ejemplo, aunque todavía no había iniciado los tramites para cambiar oficialmente mi nombre en el documento nacional de identidad (DNI), en los documentos internos del centro, yo era yo. Estar el primer día de clase escuchando a la tutora nombrando la lista de estudiantes y que cuando llegará a mí pronunciara: 


L… U… C… A… S... 

¡Eso fue lo más! O también ver mi foto y mi nombre en la tarjeta de estudiante. Jorge me preguntó qué cuarto de baño quería utilizar, evidentemente contesté: “pues el de los chicos”. Me consta que en las reuniones de inicio de curso explicó el momento de mi transición a la tutora, al equipo docente de bachillerato y al personal no docente del centro. También habló con los chicos de segundo de educación secundaria que podrían coincidir conmigo en el vestuario masculino del gimnasio cuando ellos acababan y yo empezaba la clase de EF. Los grupos de primero de educación secundaria recibieron en las sesiones de tutoría actividades de sensibilización sobre diversidad sexual y de género. Esos primeros días del curso creo que la comunicación entre mi madre y Jorge era casi diaria.

En el primer trimestre, mi grupo de bachillerato realizó una performance en clase de EF para conmemorar el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Representamos delante de todo el centro una adaptación de un monologo sobre violencia de género titulado, ‘Ahora o nunca’, de Alícia Ródenas. Los chicos llevábamos una sudadera con capucha y nos poníamos cada uno al lado de una chica, la rodeábamos varias veces y escrutábamos su cuerpo con mirada de superioridad. Tocábamos con desprecio su pelo y le poníamos en la boca una X con cinta adhesiva negra. Luego, otras chicas, después de recitar el monólogo, venían y nos empujaban liberando a sus compañeras. Entonces los chicos, nos agrupábamos y pronunciábamos cada uno una frase, la mía fue: ‘La violencia contra la mujer, en todas sus formas, es una violación de los derechos humanos’. Luego leí una parte del manifiesto mediante el cual, el instituto se adhería al Pacto Valenciano Contra la Violencia de Género y Machista. A veces Jorge me recuerda que esa fue mi “salida del armario” como chico trans delante de todo el instituto. Y yo la verdad, no sé que decir, ni lo pensé en aquel momento. Yo creo que la “salida oficial” fue cuando Sapiens 2.0, la revista que edita el instituto desde hace 25 años, me concedió el premio Naranja Sapiens. Es un premio que reconoce no al alumno/a más brillante académicamente sino al que pone en valor el lado más humano y personal. Tal y como aparece en la revista la comisión resolvió conceder el premio por dos aspectos: “En primer lugar, su valentía al convertirse en un referente visible para toda la comunidad educativa del IES Alameda, de esa manera, abrir caminos que favorezcan la aceptación. En segundo lugar, su compromiso intenso con el respeto a las diversidades y con la libre expresión de los cuerpos y los afectos que nos permiten cada día comprender mejor otras formas de vivir la identidad”.  A veces le gasto una broma a Jorge diciéndole, “eso lo has escrito tú, a mí no me engañas”. Junto al texto pusieron dos fotos, una en la que estoy solo y otra en la que aparezco con mi grupo de bachillerato y también un poema que envié a otra sección de la revista:

Rabia

Apretando los dientes
tus lágrimas brotaron
lloraste sin pausa
sufriste en vano.

Gritaste lamentos
sangraste alegrías
besaste a la muerte
saludaste a la vida.

El diablo te abrazó
te llenó de pecados
te amasó con mentiras
te cubrió de descaro.

Con el grupo de clase todo fue genial durante el curso y también con el profesorado. Bueno, no. Todo fue bien menos con un profesor. Este tipo seguía llamándome en público por el nombre anterior. Como en ÍTACA, la app oficial que utiliza el profesorado para pasar lista, seguía apareciendo el anterior nombre, a veces algún profesor o profesora se equivocaba a primera hora de la mañana. Pasó pocas veces, el profesorado se disculpaba en público y ya no volvía a ocurrir. Yo entendía el lapsus y ningún problema. Jorge me dijo que había consultado con inspección educativa si podían hacer ya el cambio en la aplicación y le dijeron que no. Que para hacer eso antes debía solicitar el cambio de nombre en el registro oficial.  Pero este profesor parece que lo hacia de forma consciente, algo que me molestó bastante. Y lo volvió a hacer alguna vez más aunque yo ya había cambiado oficialmente el nombre en mi nuevo DNI y, por tanto, en ÍTACA ya aparecía Lucas. Sé que recibió varios apercibimientos por parte de la comisión de convivencia e igualdad y que al final la cosa quedó ahí y no fue a más, pero sentí por primera vez la transfobia de cerca. Su asignatura la abandoné, de hecho, aunque podía pasar de curso si la aprobaba, decidí repetir primero de bachiller y subir la nota media de mi expediente. 

Repetir primero de bachillerato no estuvo tan mal. No tengo la sensación de haber perdido un año. Jorge estaba preocupado por cómo me aceptaría el nuevo grupo, pero por ahí no hubo ningún problema, todo lo contrario. Durante el curso sentí en mí mismo un sentimiento positivo de bienestar y de seguridad tanto en clase como en la vida del centro. Creo que a ello contribuyó la participación en dos trabajos fotográficos que, a día de hoy, siguen expuestos en el vestíbulo del centro a la vista de toda la comunidad educativa. El primero de ellos lo realizamos en la asignatura de Educación Física, Jorge lo presentó como una adaptación de la idea de Tableau Vivant. Se trataba de elegir una imagen (cuadro, fotograma, fotografía) y elaborar una copia lo más fidedigna posible al original. Después teníamos que acompañarla de un texto informativo en el que había que identificar el origen de la imagen y justificar porqué fue seleccionada. Elena, Claudia y yo seleccionamos dos fotogramas de la película The Rocky Horror Picture Show, una comedia musical de culto dirigida por Jim Sharman en 1975. Nos gustó mucho el personaje del Dr. Frank-N-Furter, un científico travestí oriundo del planeta Transsexual en la galaxia Transilvania. Elegimos los dos fotogramas porque nos permitían reflexionar sobre “la normalidad” imperante y la ruptura de las barreras de lo políticamente correcto. Añadimos dos hastags  #ExpressYourSelf y #BreakTheRules





El segundo trabajo fotográfico lo coordinó José Antonio, el vicedirector del Instituto. Desde hace unos cursos, el centro viene organizando con el alumnado interesado una fotografía en la que se tratan temas que tienen que ver con los diferentes tipos de diversidades como, por ejemplo, la funcional, la cultural o la de género. Esta vez la fotografía trataba el tema de la diversidad sexual y se obtuvo un cuadro mural en el que literalmente “desmontamos un armario”. 




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Las testosterona aumentó el vello en piernas y brazos. La menstruación desapareció. A veces la hormonación hacía que lubricara más y me subía la libido. Me salió barba y mi voz se hizo mucho más grave. Estos cambios físicos hicieron que siguiera sintiéndome bien. Yo no los noto tanto pero quien hace tiempo que no habla conmigo me lo dice. Lo que sí que noto es que se me respeta más al ser hombre y soy consciente de los privilegios que tengo al serlo, de hecho, me he dado cuenta de algún que otro micromachismo que ha salido de mí. Esto me pone en guardia. En la actualidad, en el tema de la orientación sexual no me cierro a nadie, creo que el binarismo está anticuado, me atraen las personas por su forma de ser, no por su género. Respecto a mis genitales: no me producen rechazo. Lo que sí me agobia mucho es el pecho. Que no se note el paquete de la entrepierna es algo que no me importa, de hecho hay muchos chicos cis a los que no se les nota. De todas formas, se puede simular con unos calcetines.  Pero lo del pecho, ¡bufff! el pecho se nota mucho. Por eso me pongo el binder. A partir de primavera es un agobio, da mucho calor. En mis planes de futuro, el siguiente paso es la mastectomía, encontrar un trabajo para ayudar económicamente en casa y meterme en un grupo de teatro.  

Me dice Jorge que este año, en el inicio de curso, no ha informado sobre mí al equipo docente de segundo de bachillerato. Dice que no hace falta ya, que para qué, que soy uno más en el centro. Lo que hace falta es instalar las dos puertas de los inodoros individuales del cuarto de baño de los chicos para poder tener un poco de intimidad. Pero bueno, eso es algo que hemos hablado y que beneficia a todos los chicos que lo utilizamos y no solo a mí. Sé que esta época de confort en el instituto pasará, pero ese será otro relato.